viernes, 6 de noviembre de 2015

Relato de incesto, madre e hijo


Relato de incesto, madre e hijo


Mis ojos estaban intensamente cerrados, la espalda arqueada y las manos tras de su cabeza, tratando de adosar la boca de mi amante hacia mis pechos, intentando en vano de agenciar más de él. – Ooooh , sí, chúpalas …. chupalas …
Me sentía tan bien al volver tener los labios de un hombre en mis pechos por primera vez desde hacía año y medio, bajó por mi cuerpo, besándolo… necesitaba abrevar el hambre de mi coño, que llevaba tantos meses escaso probar la muchacha de ningún hombre. El único problema era que el hombre que me estaba haciendo gozar no era del que realmente estaba enamorada. En mi mente fingía que era otro hombre el que me estaba haciendo el adoración.
A mis cuarenta años, aun tenía un buen cuerpo. Mis pechos, incluso se mantenían bastantes turgentes, un disminuido caídos quizás, un unas areolas grandes y oscuras. Gracias al ejercicio que practicaba, la celulitis aun no había espectro y mis glúteos y muslos permanecían firmes. Los hombres todavía se giraban a mi paso y eso me hacía sentir deseada.
La mano de Manuel se movió de uno de mis pechos a mi coño y empezó a acariciarlo. A insistencia bajo su boca a mi coño y empezó a comérmelo, jugaba con mis labios, buscaba mi clítoris. ¡Dios! Era todo un experto. Yo me agarré a las sabanas y me retorcía de placer. Traté de aclarar mi mente y concentrarme en él, pero no pude hacerlo. Tan caliente como estaba, empecé a inventar de nuevo. Sólo pude pensar en mi amante ficticio y eso hizo que mi deseo de gozar se hiciese irrefrenable. – Fóllame, Gemí – Sí, Marta, eres tan ardiente, jadeaba Manuel en mi atención. – Lo sé, cariño, lo sé. Te quiero hoy. Quiero que me hagas correr. Quiero tu hermosa polla en mi coño hoy. Le rogué en voz alta mientras abrí mis piernas al máximo. Me penetró con suavidad, un excitación me recorrió todo el cuerpo. Empezó un bombeo lento pero falto pausa. A cada acometida yo lanzaba un lamento, clavé mis uñas en su espalda y le apretaba contra mí para que me penetrase más adentro. Aumentó el ritmo, el cabecero de la cama golpeaba la dique rítmicamente, el colchón galería inclusive convertirse en un chirrido incesante, mis pechos se movían al compas. La combinación de la gallina de Manuel y mi calentura me llevó velozmente a la cima de ese placer tanto tiempo deseado…. entonces llegó la autonomía arrebatador, me corrí con un grito que se oyó en toda la casa. – ¡Aaaaahhhhh! El cabrón siguió embistiéndome escaso clemencia inclusive que empezó a correrse dentro de mí. Se quedó quieto sobre mí, jadeando, mientras me besaba en el cogote. Se bajó de mí y recostado me miraba con una ligera risita mientras pellizcaba suavemente los pezones con sus índice. Notaba como el semilla salía de mi coño en un correr calmoso pero duradero. “Por amparo, que el Diu no me falle”, pensé. – ¿Qué te ha parecido? ¿Has disfrutado? – Sin duda, me has hecho disfrutar como hacía duración que no lo hacía, – Y no mentí, el cornudo me había hecho ver el bóveda celeste. – Por consiguiente tengo más para ti. Déjame que me recupere un escaso y te lo demostraré. Asentí con la cabeza, ahora de perdida al rio y quería ver hasta dónde me haría gozar. Recostó su cabeza sobre mis pechos, con su labios les daba besitos y con sus corazón jugaba con mi coño introduciéndolos suavemente y masajeándolo. Me iba a correr otra vez y exclusivamente con la acción experta de sus gordo. ¡Aaahhh!, tuve otro espasmo, él se reía. – ¿Eso es todo? – Nooooo, – me respondió- , esto solo ha sido un entremés. Ahora sin duda que viene lo bueno. Mi hizo levantar de la cama y me puso de espaldas a la seto. Empezó a masturbarse hasta tener su muchacha en completa erección. – Agárrate a mi gollete, Me imaginé lo que venía a prolongación, me agarró de los glúteos y suavemente me hizo dar un salto. A pulso y mucho lentamente me fue bajando, solté una de las manos de su cogote y agarrando su mástil lo guié inclusive la entrada de my gruta. En el tiempo que actualmente estaba en posición me dejó caer, y de golpe me la clavó inclusive el fondo. Con mis piernas le rodeé la talle y paulatinamente inicié un suave movimiento arriba-abajo, con la alianza de sus fuertes brazos me subía y soltándome, me bajaba inclusive que todo su miembro se clavaba en mi coño. – Ahhhh, eterno mío. ¡DIOOOSSSSSSSS! Mis gritos eran continuos con aquel mete-saca, el no hablaba, solo resoplaba. No mirábamos con nuestras caras crispadas por el brío. Estábamos cubiertos de sudor, disminuido a escaso noté que el ahínco hacía mella en él y el ritmo era menor, pero yo estaba a punto de correrme y eso era lo único que me importaba. Por suerte, antes que el desfalleciera, llegué al orgasmo. En ese segundo se detuvo y aflojando los brazos hizo que me bajara. Vi a modo su miembro estaba tieso no obstante y poniéndome de rodillas, exento que me lo pidiera, me lo introduje en la boca. Suavemente empecé a chupársela, haciendo pequeños giros con la cabeza a la vez que me la metía o la sacaba. De vez en cuando me la sacaba por completo y le daba lengüetazos en el glande, a lo que el respondía con gemidos. El tío no se corría, así me tuvo heterogéneo minutos inclusive que un gruñido me indicó que lo iba a hacer. Me preparé para ello, quería tragarme su crema. Noté el leche golpeando mi garganta varias veces, me lo terminé tragando todo. Le di un repaso con la lengua a toda la gallina para que no quedara rastro ni de su semilla ni de mis fluidos. Me incorporé y le bese en los labios, quería que el también sintiera su embocadura y no lo rechazó. Nos tumbamos en la litera a recuperarnos,
– Marta, ha sido maravilloso. Creo que los dos lo necesitábamos. Me puso la mano en la mejilla y sonrió dulcemente.
– Si, ha sido maravilloso, lo necesitaba ” dije con una falsa sonrisa en los labios. Pero por dentro me estaba arrepintiendo de haber caído tan bajo con un hombre que no le llegaba ni a la suela de los zapatos a mi marido fallecido. ¡Dios!, si mi hijo se llegara a enterar…
– ¿Puedo pasar la noche aquí?
– No, Manuel, es imposible. No quiero que los vecinos hablen y pueda llegar a oídos de mi hijo.
– Lo entiendo.
Me levanté de repente y fui al cuarto de baño, quería eliminar el olor de Manuel de mi cuerpo, con la esperanza de que también podría limpiar todo el episodio de mi mente. Todo el incidente se produjo debido a lo que yo pensaba que era una buena idea, pero cuando me di cuenta que había cometido un error, estaba tan caliente que ya era demasiado tarde para echarme atrás. Me di una ducha rápida, mientras me dirigía de vuelta a la cama, me preguntaba cómo deshacerme de Manuel con tacto. Entre de nuevo a la habitación, Manuel ya estaba completamente vestido y a medida que me acercaba a él, me sentía más sucia, me tomó en sus brazos y me besó. Pensé que iba a vomitar.
– ¿Cuándo puedo volver a verte? – Me susurró mientras acariciaba mi pecho izquierdo.
– ¡Quítame las manos de encima y vete! Grité en mi cabeza, – No lo sé. Iker estará en casa en pocos días para pasar las Navidades. Ya te llamaré más adelante. ”
– No puedo esperar. – Susurró mientras me besaba de nuevo.
– Tendrás que hacerlo, dije, pero sin embargo lo que pensaba realmente era que “Antes se congelará el infierno que volver a hacerlo contigo”.
Cuando se fue, me serví una copa de vino, me acurruqué en el sofá de la sala de estar y comencé a reflexionar sobre mi dilema. Alberto, mi marido, había fallecido hacía más de un año y me dejó viuda con 39 años y con un hijo de 19 años, después de sufrir una grave enfermedad durante más de un año. Alberto y yo nos amábamos mucho, era mi amor de toda la vida, desde adolescentes. Por suerte mi marido tenía un buen seguro de vida y nos dejó en buena posición. Vivíamos en una pequeña ciudad de provincias, de cara a nuestros amigos y conocidos eramos un matrimonio conservador, pero nuestra vida sexual era un volcán. Nos encantaba practicar sexo muy a menudo y nuestra imaginación no tenía límites. Pero desde que enfermó nuestras relaciones sexuales se resintieron en gran medida hasta en los últimos meses desaparecer completamente. Fue sin duda el año más duro de mi vida.
Iker, mi hijo, estaba preparándose para la universidad cuando su padre enfermó. Siempre ha sido muy maduro para su edad , por lo que cuando su padre cayó en cama, Iker decidió posponer la universidad para poder quedarse en casa y ayudarme en todo lo posible. Durante ese año se convirtió en el hombre de la casa, haciéndose cargo de todas las tareas que su padre solía realizar, además de algunas de las mías. Fue un verdadero sostén para mí en esas circunstancias, creo que fue durante ese tiempo cuando comencé a verlo, so como a un hijo, sino como un hombre y esa sola idea me daba escalofríos.
Unos meses después que mi marido muriera, Iker se fue a la universidad en Madrid, como estaba previsto en un principio. Con ambos fuera de la casa lloré casi todas las noches a causa de la soledad. Habían pasado más de tres meses desde que Alberto muriese, cuando empecé a sentir el deseo por el sexo de nuevo. Fue entonces cuando comencé a masturbarme con un consolador que compré, por primera vez desde que me casé. Cuando empecé, me gustaba imaginar a Alberto en mi mente, pero esa imagen sería reemplazada al poco tiempo por la de mi hijo. Con sólo mirar las fotos de Iker, cuando hablaba con él por teléfono, me empezaba a masturbar suavemente, intentando que no me oyese gemir, empezaba a sentir un deseo irrefrenable, causándome una culpa terrible y haciéndome sentir sucia.
Cuando venia algún fin de semana a visitarme y me abrazaba, acariciaba o me daba besos, me costaba contenerme y no arrastrar a mi hijo a mi habitación y hacerle el amor salvajemente. No podía dormir por la noche, sabiendo que el objeto de mi deseo ilícito estaba sólo a un par de puertas de distancia. Me sentía culpable, después de todo, él era mi hijo y una madre no debe sentir eso. Finalmente decidí que la única cura era buscarme un amante ajeno a mi hijo, craso error.
Manuel es un amigo de la familia que había estado revoloteando alrededor de mí, incluso antes de que Alberto muriese. Yo sabía que estaba listo para saltar a mi cama en cuanto se lo propusiese.
Unos seis meses después de la muerte de Alberto, Manuel empezó a invitarme a salir con él. Yo sabía que lo que él quería era meterse en mi cama, pero yo me resistía a aceptar sus invitaciones. Si mi hijo se enterase que seis meses después del fallecimiento de su padre ya estaba saliendo con otro hombre no me lo perdonaría jamás.
Con el tiempo, la insistencia de Manuel para salir con el aumento y decidí aceptar su invitación. Yo no estaba especialmente emocionada, pero por salir una noche a cenar con él no pasaría nada. Me llevó a un buen restaurante, muy tranquilo y por suerte nadie de mi entorno nos vio. Al regreso a casa, a la entrada del portal me pidió tomar una última copa, a lo cual yo me negué.
– No es buena idea, le dije. Todavía es muy pronto.
– Lo comprendo, me dio un beso en la mejilla y se alejo en su coche.
Cada cierto tiempo salíamos a cenar o al teatro, pero todas las veladas acababan igual, yo le decía que era muy pronto y el se iba. Hasta que llegó esa noche, estaba tan caliente que le invite a tomar esa última copa. Y por fortuna lo fue, ya que nunca más saldría con el y mucho menos me acostaría con él.
El día que Iker regresaba a casa para pasar las navidades, yo me desperté más caliente que nunca. Mis pezones estaban duros como piedras, empecé a acariciármelos con una mano y con la otra me empecé a masturbar frenéticamente mientras miraba la foto de mi hijo que tenía en mi mesilla. “Iker, mi niño, mi amor” susurraba, hasta que tuve un orgasmo. Me quede jadeando en la cama.
– Perdóname cariño, pero te necesito, – dije dirigiéndome a su foto, la cogí, la bese y me abracé a ella.
Me sentía como una chiquilla a la espera de su primera cita, no sabía cómo iba a actuar cuando le tuviera enfrente mío ¿Podría contenerme? Mientras que me duchaba, me volví a masturbar. Había quedado en ir a buscarle a la estación del Ave, estaba nerviosa, deseando abrazarle y comérmelo a besos.
Se abrió la puerta de la salida y allí estaba, el chico más hermoso del mundo. Me sonrío y fui corriendo hacia él, nos fundimos en un abrazo y empecé a besarle, incluso llegue a besarle repetidamente en la boca.
– Mi niño, mi vida, mi amor e intercalaba un beso entre cada una de las palabras.
El correspondió a mi cariño con más cariño todavía.
– Mama, por fin estoy aquí. Dijo con lágrimas en los ojos, mientras me acariciaba las mejillas.
– Vámonos a casa,
Mientras que andábamos por la estación, yo le llevaba sujeto por su brazo, con mi cabeza apoyada sobre su hombro. Por fin le tenía a mi lado, iba radiante de felicidad. Una vez en casa, le obligue a sentarse en el sofá mientras le servía una copa. Me senté a su vera y volví a apoyar mi cabeza sobre su hombro.
– ¡Dios mío, mama! ¿Estás bien?
– Si cariño, es que me alegro tanto de tenerte otra vez a mi lado. Estoy tan sola sin ti. Y me puse a llorar.
El me abrazó y se puso a llorar también.
– Anda, no llores mas, tenemos dos semanas para estar juntos.
– Ya, pero después te irás otra vez.
– No pienses en eso ahora. Oye, ¿por qué no te cambias y nos vamos a cenar por ahí? Mientras tantos me doy una ducha rápida.
– Claro que si, amor mío. Ahora mismo
Mientras se duchaba caí en la cuenta que no había puesto toallas limpias después de ducharme yo. Cogí dos y sin pensármelo dos veces entre en el baño y a través de la mampara semitransparente pude ver la figura de mi hijo. Se estaba enjabonando y cuando llegó a su miembro empezó a masturbarse. Yo estaba petrificada viendo la escena, en un momento dado dijo casi en un susurro, “mama, mama” e instantes después empezó a eyacular. Reaccioné a tiempo y dejando las toallas en su colgador salí. No me lo podía creer, mi hijo se había masturbado pensando en mí, ¿sería esta la primera vez? O ¿acaso lo había hecho más veces?
Cuando salió de la ducha, con la toalla anudada a su cintura, yo todavía no me había cambiado,
– ¿No te has cambiado todavía?
– No, ¿Por qué no nos quedamos en casa esta noche? Ya saldremos mañana, si quieres.
– Por mi perfecto
Durante la cena estuvimos charlando sobre nimiedades, yo no podía apartarme de la cabeza la escena de la ducha, el me miraba furtivamente mis pechos. Me había puesto una blusa sugerente y debajo no llevaba sujetador. Tenía mis pezones duros de la calentura que tenia y se marcaban perfectamente a través de la tela. Pasada la una de la madrugada decidimos irnos a acostar, en la puerta de mi habitación, me abrazó y dándome un sonoro beso en la mejilla me dijo
– Hasta mañana, mi reina.
– Hasta mañana, rey mío.
Permanecimos abrazados, sin decirnos nada. Y entonces sucedió, note su erección, que dura la tenia.
– Estoy tan sola, mi niño.
– Lo sé mama y lo siento, no debería haberte dejado sola. El próximo curso pediré el traslado a una universidad más cercana, te lo prometo.
Le miré y sin pensármelo dos veces le di un beso en la boca que él no rechazó. Seguimos besándonos y nos introdujimos en mi habitación. Me empujo sobre la cama y yo quedé bocarriba mirándole. El empezó a desabrocharse la camisa y yo hice lo mismo con mi blusa, se quitó los pantalones y el bóxer y quedó con su inmenso miembro erecto apuntando hacia mí. Por suerte había heredado la polla de su padre, un miembro hermoso y de buen tamaño. Me desabroché la falda y el tiró de ella para quitármela, a continuación me quito las braguitas que llevaba, quedando mi coño recién rasurado a su vista.
– Que hermosura, dijo. Y abriéndome las piernas metió su cabeza entre ellas.
– ¡Oh, Dios!, exclame cuando note su lengua introduciéndose en mi coño. ¡Oh, Dioossss!
Seguí exclamando agarrándome a la almohada por detrás de mi cabeza. Me estaba volviendo loca de placer, la no paraba de jugar con mis labios, tiraba de ellos, de mi clítoris hasta que me corrí salvajemente. El se quedó besándome el coño mientras que yo le acariciaba su pelo.
– Ha sido bestial, se nota que tienes mucha práctica.
– Hombre, me he comido unos cuantos y a todas les ha gustado, o eso han dicho al menos.
– Te puedo asegurar que a mí me ha gustado y a ellas seguro que también. Túmbate,
El me obedeció, me puse de rodillas sobre la cama y cogiéndole la polla empecé a masturbarle. Apenas me cabía la mano, me la metí en la boca y comencé a jugar con ella. “Mama” dijo en un susurro, le daba lengüetazos en el glande, me metía sus huevos en la boca y delicadamente tiraba de ellos. “Mama” repetía constantemente. Tenía cerrados los ojos, y se agarraba a las sabanas.
– Ahora es tu turno, me dijo.
Se incorporó y me hizo tumbarme, se puso de rodillas en la cama. Abrí al máximo mis piernas, se agarró su miembro con la mano, empezó a restregarlo contra la entrada de mi coño, yo lo miraba y suavemente me lo metió. “Ahhhhh” gemí. Empezó a bombear y yo forzando el cuello miraba como desaparecía completamente dentro de mi coño. ¡Ahhhh!. Lo sacaba hasta casi salirse y otra vez hasta el fondo. Yo gemía quedamente y le miraba a su rostro. Para aumentar mi placer, con mis dedos empecé a jugar con el clítoris, acariciándolo. El me sujetaba los muslos para mantenerlos completamente abiertos, perdí la noción del tiempo que duraron sus embestidas, pero fue bastante tiempo, supongo que gracias a la paja que se hizo en la ducha.
– Mi niño, amor mío decía mientras le miraba a los ojos.
– Mama, mama respondía con la voz entrecortada.
De improviso me corrí sonoramente, sacó su polla y me la acercó a mi pecho. Se la agarré y empecé a masturbarle hasta que se corrió sobre mis tetas, acercó la polla a mi boca y se la chupe unos instantes. Resoplando se acostó a mi lado, nos abrazamos.
– Mama, te amo, repetía de vez en cuando.
– Mi vida, yo también te amo.
De repente me miró con gesto serio.
– ¿Qué hemos hecho, mama? ¡Dios!, si alguien se enterase.
– ¿Y quién se va a enterar, amor mío? Además, no veo que hayamos hecho nada malo. No hacemos daño a nadie.
– Ya, pero la gente no lo entendería.
– Qué le den a la gente, yo te amo y nadie me va a impedir amarte como yo quiera. Bueno, pero no te preocupes mi vida, que procuraremos que nadie se entere.
Nos quedamos en silencio y abrazados nos dormimos. A la mañana siguiente Iker seguía dormido cuando me desperté, levante la colcha que nos cubría y pude contemplar su magnífico cuerpo, me fije en su miembro que se encontraba relajado. Se lo agarré suavemente y empecé a masturbarle lentamente para que no se despertara. Cuando se pudo un poco erecto me lo introduje en la boca y empecé a chupárselo, me costaba metérmelo todo en la boca pero lo conseguí.
– Oh, Mama, – Dijo con un quejido.
Yo seguí chupándosela hasta que se corrió en mi boca, no eyaculó mucho porque no había tenido tiempo de recargarse del todo, pero algo sí que me comí.
– Pensé que lo de anoche había sido otro sueño de los que tengo contigo, pero no, ha sido real. Dijo.
– Y tan real, amor mío. Te lo puedo asegurar.
Nos quedamos un buen rato en la cama abrazados, a las diez de la mañana me dijo
– Hoy que quedado con los amigos del barrio, si no bajo me vendrán a buscar y me harán salir a la fuerza.
– De acuerdo cariño, ¿vendrás para comer?
– No, ya aprovecharemos para comer por ahí, pero esta noche sí que cenaré contigo, no te preocupes. Y me besó en los labios.
El día se me hizo muy largo, solo podía pensar en mi hijo y en lo que habíamos hecho. Por supuesto que no estaba arrepentida y deseaba que llegase la noche para que me volviera a poseer. A eso de las nueve de la noche, me envió un Whatsapp con el mensaje: “Prepárate, que ya voy de camino y te voy a dar más tralla que anoche”. Nada más recibirlo, la puerta de la casa se abrió, y allí estaba mi hijo, mi hombre.
– No me has dado tiempo a prepararme.
– Es que he venido volando. Y se abalanzó sobre mí.
Me arrastro de la mano hacia mi habitación y sin pérdida de tiempo me empezó a desnudar. Cuando me tuvo completamente desnuda empezó a besarme por todo mi cuerpo, yo cerré los ojos y me dejaba hacer. Me dio la vuelta y me pasó la lengua desde mi culo hasta el cuello, nunca me habían hecho eso. Un escalofrió recorrió mi espalda y noté como mi coño se humedecía.
– ¿Te gusta?
– Sí, me encanta, sigue, por favor.
Me besó los glúteos y me volvió a voltear. Apoyó su cara en mi pubis y aspiró profundamente.
– Que olor mas delicioso y me lo besó.
– Ahora me toca a mí,
Le desnudé y repetí todo el proceso que él me había hecho. Cuando llegue a su miembro, sin miramientos me lo introduje en la boca y empecé a chupárselo,
– Tranquila, eso después. Ahora te voy a empotrar por detrás.
– ¿Me vas a dar por el culo?
– No pensaba hacértelo por el culo, pero ¿quieres que lo haga?
– Otro día,
– De acuerdo, mi reina.
Me arrastró al cuarto de baño y me puso mirando al espejo. Apoyé las manos en el lavabo, y con sus pies, dándome toquecitos hizo que me abriera de piernas. Acto seguido noté como su polla pugnaba por entrar en mi coño. Yo me agaché un poco más para facilitarle la entrada y a continuación de un golpe me la metió. Se agarró a mis pechos y empezaron las embestidas, cada vez más deprisa y más fuertes, yo gemía mientras que me besaba en el cuello. El daba pequeños gruñidos por el esfuerzo que estaba realizando, mientras que yo gemía ruidosamente. Nos mirábamos a reflejados en el espejo. Aquello era tan excitante. Después de unos cuantos empellones más, saco su miembro de mi coño y dirigiéndolo a mi espalda se corrió con un sonoro gemido. Yo todavía no había tenido mi orgasmo y se dio cuenta, me giro y poniéndose de rodillas me abrió las piernas y me hizo que pusiese una de ellas sobre su hombro. Y a continuación empezó a comerme el coño, la verdad es que tarde poco segundos en irme pero él siguió comiéndomelo hasta que pasado unos instantes tuve otro orgasmo. Hacía años que no tenia dos orgasmos tan seguidos, Alberto lo conseguía a menudo, y por lo visto, mi hijo, además de su polla, había heredado ese don.
Nos metimos en la ducha abrazados dejamos que el agua caliente cayese sobre nuestros cuerpos, era tan relajante. Estuvimos más de media hora abrazados, besándonos y acariciándonos.
– Eres una amante maravillosa, mejor que ninguna de las chicas con las que he estado
– Y tú, eres un digno heredero de tu padre.
– ¿Soy mejor que él?
– Sois diferentes, pero no tienes nada que envidiarle, te lo aseguro, rey mío.
– Desde que falta papa, ¿has estado con algún hombre? Lo entendería, una mujer joven necesita desfogarse.
– No, – mentí,- después del fallecimiento de tu padre no he estado con nadie, solo contigo,
Si le contaba la verdad es posible que se sintiese dolorido y hasta es posible que me odiase. No sé si me creyó, pero si no lo hizo, no dio muestras de ello. Al día siguiente decidí darle a estrenar mi culo.
– Quiero que me des por el culo, vas a estrenármelo. Mi hijo me miró asombrado.
– ¿Papa nunca te lo hizo?
– No, para eso era muy suyo. Tenía metido en la cabeza que eso no era de hombres.
– Pues yo ya he taladrado unos cuantos culos. Pero todos de chicas, que conste. Y nos reímos con su ocurrencia.
“A mí nunca se me hubiera ocurrido pensar lo contrario”, me dije a mi misma. Saqué un bote de lubricante anal y se lo ofrecí. Él lo rechazó, se dirigió a la cocina y a su regreso vino con un bote de mantequilla.
– Como en el último tango en Paris, dijo.
– Que ocurrencias tienes.
Cogió un buen trozo de mantequilla y se lo untó en la polla. Lo que le sobró lo utilizó para lubricarme el ano. Me introdujo lentamente el dedo y lo movía suavemente en mi interior. Yo tenía mi cara apoyada completamente en la almohada, mientras que daba gemidos. Estuvo unos minutos dilatándome el año, sacó su dedo y noté como algo mucho más grande pugnaba por entrar. Yo tenía miedo, pero no le dije nada, rogaba que mi hijo me penetrase con delicadeza.
– Tranquila, mama. No es el primero que desvirgo y la mayoría han repetido después.
– Confío en ti, mi amor.
Me agarró por la cintura e introdujo un poco la punta, yo me quejé, y la sacó. Otra vez volvió a la carga y lo introdujo un poco más. Y así, con esa táctica fue introduciendo la verga hasta el fondo, sin ninguna brusquedad por su parte. A mí me caían unas lágrimas por el dolor pero no le dije nada, sacó su miembro por completo y se lo volvió a embadurnar de mantequilla y vuelta a empezar. Cada vez, con mi ano más dilatado, me dolía menos, hasta que después de repetir varias veces la operación, el dolor se termino convirtiendo en placer.
– ¿Ves mama? ¿A que ha sido más fácil de lo que imaginabas?
– Si, dije entre gemidos mientras que seguía penetrándome con toda la delicadeza del mundo.
De vez en cuando la sacaba por completo y se la untaba con más mantequilla, pero a lo último no creo que fuera necesario. Había perdido la noción del tiempo cuando de repente note que mi hijo se paraba y abrazándose a mi espalda, y agarrando mis pechos, dio un ronquido y se corrió dentro de mí,
– Sigue, mi niño. Aun no me he corrido. Dije entre suspiros.
El siguió unos instantes más y por suerte me corrí, no sabía cuánto tiempo hubiera podido aguantar mi hijo. Se bajó de la cama y se dirigió al cuarto de baño, oí correr el agua, estaba lavándose la para quitar todo rastro de mantequilla y lo que no era mantequilla. Cuando volvió la traía lustrosa, reluciente sin ningún rastro ni olor. Se tumbo a mi lado y nos abrazamos.
– Ya verás como la próxima vez te gusta más.
Asentí con la cabeza, y así, en esa posición nos quedamos dormidos. El resto de las vacaciones las pasamos follando como locos, apenas tuvimos contacto con el mundo exterior, excepto en las fechas señaladas, que nos reuníamos con la familia. Al final de las vacaciones, cuando ya iba a marcharse, yo me encontraba abatida casi rozando la depresión.
– Voy a buscar un piso para mí solo, en el extrarradio serán más baratos, ahora, con la crisis por cuatrocientos ó 500 euros los tienes. Te vas a venir conmigo estos meses que quedan.
– Pero cariño…
– No hay peros que valgan, yo no te dejo sola y yo no quiero estar solo.
Nos fundimos en un beso, yo estaba exultante. Dicho y hecho, a la semana me llamó para que preparase unas cajas con lo imprescindible para pasar unos meses. Lo mandamos por una empresa de transporte y me fui a vivir con mi hijo. Como podéis imaginar, nuestras sesiones de sexo eran casi diarias, por suerte, mi hijo es un magnifico estudiante y sacó todo con buena nota. No me hubiera perdonado que perdiese el curso y al año siguiente, consiguió una beca para una universidad mas cercana a nuestro domicilio.
Manuel me estuvo llamando durante un tiempo, pero al final “capto” el mensaje y asumió que no nos volveríamos a ver.

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